domingo, 21 de agosto de 2011

Autobiografía

CINCO LINEAS PARA UN AUTORRETRATO

1. El niño, mente inquieta, inestable, volátil, observa todo. Le fascinan las charlas de los mayores, plenas de sucedidos, anécdotas, chismes, intrigas. Ama a Robin Hood, Tom Sawyer, Robinson Crusoe, Ivanhoe, Arturo, David Copperfield, el pícaro Till Eulenspiegel. Lee una y otra vez sus favoritos: Pinocho, El príncipe y el mendigo, casi todo Salgari, las sagas del Príncipe Valiente, las aventuras de Guillermo el Travieso. Esenciales las versiones infantiles de clásicos del teatro griego y español, y de la tetralogía de Wagner, de los libros, heredados de su padre, de la editorial Araluce.
Al niño, le cuesta concentrarse; quiere fijar su mente en algo, pero ella se niega a obedecer, escapa, rebota de una imagen a otra, de una situación a otra. ¿Cómo aprender? Pero si aprende algo, eso lo aprende a fondo.
En la adolescencia, se cree el más necio y torpe de los hombres, y pierde el hábito de leer. Ningún maestro lo ilumina. Y debido a un cambio de colegios, no llega a cursar Literatura. ¡Cinco años en la penumbra!
A los dieciocho años, unos amigos le presentan a su padre, el escritor cordobés Emilio Sosa López, y ahí, en su casa, en las sobremesas, despunta en el acto su vocación literaria. Se entera de Elliot, Pound, Stevens, Benn, Girri, Jackson Pollock, Adler, Wittgenstein… Se dice: -esto es, esto es lo que busco, esto quiero ser: un escritor. ¡Escuela del saber!
Empieza a leer a los poetas y a sentir cómo se abre paso, poco a poco, el murmullo de la escritura.
No fue fácil levantarse; lo hizo lentamente, con sacrificios. No tenía una buena formación ni el hábito de la lectura, no sabía idiomas. Era tímido e indolente. ¿Cómo atreverse? Imposible.

2. Conjeturas, su primer libro de poemas, de 1981, estaba influido por una visión tradicional. Él no rescata ese libro, no eran preocupaciones genuinas, salvo una: la de la muerte. La muerte no como un motivo religioso o metafísico, sino como un horror que paraliza, como un hada maligna que priva de sentido lo que toca.
Dieciséis años para Fragmentos del exilio, el segundo libro, de 1997. Entre Conjeturas y Fragmentos, el pasaje de la vida: matrimonio, hijos, profesión. Y también el desasosiego de no escribir, la aridez de un destino ágrafo. En Fragmentos, aparece la realidad de Latinoamérica, y después de tantos años afuera, el paisaje de las sierras: ríos arroyos crecidas plantas pájaros. Pero lo bucólico es amenaza; la naturaleza, el lugar de lo caduco y de la asfixia. En lo formal, el descubrimiento del contrapunto como la dialéctica de la poesía. La tensión entre lo solar y lo gótico, los arcaísmos y los neologismos. En Fragmentos, Dios ya no está presente, ni como retórica ni como duda, sólo lo ilimitado de su ausencia.
Notaciones, de 1999, reúne tres libros de poemas: Glosa: primer intento de apropiación de los discursos, en este caso, el de la crítica del arte, para transformarlos en lenguaje poético. Imago: que toma la elocución de la biología para describir varias especies de mariposas a las que se le superpone una conciencia adaptada a su morfología. Y Día tras día, que es un diario poético. Notaciones: ensayos verbales, despliegue técnico con especial atención a los cortes versales, pero también un trabajo más íntimo, y una profundización en los temas: el tiempo, el amor, las imágenes, la identidad y siempre, ubicua, la muerte.
En Escribas y meretrices, de 2001, se entrelazan tres motivos: la prostitución antigua, en sus dos ramas, la hospitalaria y la sagrada; la anatomía sexual femenina; y la prostitución moderna: la callejera, la de los saunas. Corrimiento mínimo de sus obsesiones: las prostitutas, el sexo, el erotismo, la paternidad. Vuelven los experimentos con los discursos: el médico, el de la historia, el coloquial; y se intenta exhumar la poesía pedagógica. El poema como estructura total, como forma que contiene los más diversos géneros y lenguajes.
Oficio de Horas, de 2003, y Esparcir, de 2004, dos libros de poesía en prosa y verso, que anticipan las obras narrativas.
Oficio de Horas tiene una composición de cierta complejidad. Cada capítulo está dedicado a una hora del día o de la noche, y comienza con la descripción que se hace de cada una de ellas en la Iconología del erudito renacentista Cesare Ripa. Las horas con su simbología característica: una planta, un animal, un astro, a los cuales les está dedicado un poema. En cada capítulo, escenas de la vida de dos personajes actuales: Vladimiro, un pintor de iconos ortodoxos, y el estilita, cuyo nombre está tomado de aquellos santos de la pintura bizantina, que subían a una columna, stylos, en griego, para meditar. Anacoreta, hombre clausurado, el estilita vive en el último piso de un rascacielos, en una megalópolis, y desde su torre, usando todo tipo de prismáticos y telescopios, espía los movimientos de los otros edificios, las calles, el puerto. En Oficio se intensifican los temas del tiempo, de la muerte, del sexo. Es un libro de la mirada, la del pintor, la del voyeur. Se opone los antiguos símbolos a los signos de la modernidad.
Esparcir, gozne entre su obra poética y su obra en prosa. Seis poemas de cierta extensión cuyos temas revelan búsquedas anteriores, lo que puede intuirse por los mismos títulos: Dobles, Sombras, Reflejos, Máscaras, Los otros, Al voleo. Libro de la identidad, las duplicaciones de la propia imagen, la otredad. La voz de un caminante, de un paseante solitario, para evocar a Thomas Walser, que en su deambular por campos ríos montes lagos, recuerda y delira. Caminar, recordar, son una y la misma cosa.
El apocado, de 2006, primer libro en prosa, de cierto carácter autobiográfico. Un hombre regresa para el velorio de su primo y mientras reconstruye la vida del muerto, evoca la propia, de manera que ambas se superponen y reflejan. En su deambular forastero, reflexiona sobre la oposición entre Córdoba y Buenos Aires, sobre la fe perdida, el barroco, el mestizaje, algunas figuras locales: Gregorio Funes, Rivera Indarte, Vélez Sarsfield, el pintor Butler, el compositor Zípoli. Pero sobre todo, se dedica a escarbar, de manera minuciosa y obsesiva, en el síndrome de la timidez. El “pusus, el que se inhibe, se reduce, se hace pequeño.
Y llegamos al último libro: Dora colecciona hechos. Dora es el personaje de la renuncia al destino, a la vocación. Deja la pintura y la escritura por una vida del común, marido e hijos incluidos. En la madurez, un hecho atroz, la muerte accidental de su hijo, la enfrenta a su pasado y, sobre todo, a un futuro del que reniega. Entonces ella retoma el arte, quizá una manera de intensificar el absurdo o de parodiar, en actitud cínica, lo que rechazó en su juventud. En ese trance, se encuentra con un antiguo novio, un hombre que, al sentirse morir, abandona sus circunstancias y huye de todo. Entonces inician juntos una fuga exasperante y sin fin.
El estilita, Dora, el apocado, personajes de la contracción, la disminución; los que se restringen, renuncian, huyen.
En todos estos libros, sobre todo a partir de Escribas, hay rasgos comunes: Indeterminación del género literario. Tendencia al verso y a la prosa experimentales. Proliferación de preguntas y aforismos injertados de manera arbitraria en el texto, en diálogos improbables. Imposibilidad de un humor explícito; el humor, la ironía está en la estructura misma, en el riesgo de construir libros imposibles, al borde del derrumbe literario, de lo fallido, lo defectuoso; libros obsesivos, cerrados. Uso del fragmento o del collage, por incapacidad de narrar en forma lineal, para reconstruir una vida o una historia. Presentación de los hechos seguido de una reflexión sobre esos hechos. La obra como un tejido, un centón, un engarce de microelementos, de microrrelatos-ensayos-poemas-aforismos.
Hay una intuición de la realidad como asfixia u opresión y de los actos humanos como inadecuados, sea por defecto, sea por exceso. Todo es fantasmal, ingrávido; una foto movida o fuera de foco.
Y las mil caras de la mujer: la puta, la hechicera, la maga; la Musa o una Beatriz que guía en los misterios. Gran útero protector; partera y Parca. El erotismo y su fuerza de construcción y destrucción, y la consecuencia de posesión y restricción, causa de dolor y de asfixia, tal vez, placebo contra la angustia.

3. El escriba sigue siendo algo disléxico y desconcentrado, de psiquis divagadora, y la lectura, para su desgracia, le cuesta horrores. Pero tiene, no obstante, un puñado de autores amados: Thomas Bernhard, Robert Walser, Joseph Roth, Kafka, W. G. Sebald, Claudio Magris, John Berger, el ensayista Émile Cioran. En poesía, Juan de la Cruz, Henri Michaux, Joseph Brodsky, Derek Walcott, Edmon Jabés.
Está interesado en la música barroca, los iconos bizantinos, el barroco colonial de América, los filósofos cínicos, el tao y el zen, los ermitaños del desierto. Y es clave para él la argumentación jurídica, camino de precisión y claridad.
La vida del escriba está signada por la pasión de escribir y ser leído. Escribir es leerse a sí mismo y leer a los lectores. Ser leído es ser escrito.
No piensa en las razones del escribir, hay tantas para hacerlo como para no hacerlo; escribe porque sí, sin otro objetivo o fin que el texto mismo; escribe por placer, aunque a veces sea un esfuerzo, un dolor. El escriba escribe siempre. Escribe cuando no escribe, escribe cuando vela y cuando duerme, escribe aunque se sienta el más infeliz de los hombres. La escritura lo acompaña en todas las épocas y situaciones de su vida. Si no escribiera, el yo y el mundo se desleirían, y no habría consuelo o resignación. Escribir para no morir.

4. El lenguaje corriente está lleno de metáforas, se emplean las palabras de modo figurado, subsistimos entre frases hechas y mitificaciones; mejor, ser un deshacedor de metáforas. Volver al sentido recto de la palabra, a la pureza del lenguaje; la máxima transparencia. No conviene agregar misterio a las cosas, sino iluminar el que ellas portan. ¿Acaso no es más grato descifrar que cifrar el mundo?
Economía verbal: la palabra necesaria, la palabra justa.
Escribir: trance, estado de hipnosis; energía verbal que mana de zonas irreflexivas de la psiquis. Erotizar el lenguaje. Derramar el ser en las palabras, filtrarlo en los intersticios del verbo.
La escritura -idólatra, sacrílega- pretende duplicar el Universo.

5. Cada obra de arte crea su forma, su escena, su lenguaje. Una forma que en su máxima tensión se desintegra a sí misma.
El escriba, sin ser muy consciente de tanto riesgo, y empujado por su propia necedad, lleva sus libros al punto del fracaso literario.
No obstante, desde Conjeturas, libro para el olvido, a Dora colecciona hechos, hubo un notable progreso en su afán de dar una imagen del mundo, aunque esa imagen no sea más que el garabato de un idiota. Fue una subida ardua, llena de obstáculos, y tuvo que lidiar con algunas imposibilidades y muchas dificultades, y no pocas veces prefirió defeccionar. No pudo hacerlo.
Y todavía aspira a seguir subiendo, a coronar su Monte Carmelo.

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